
Al provenir de una familia de clase media baja, mis recursos económicos fueron siempre limitados, pero en mi corazón siempre ha existido un inconformismo natural que me ha hecho buscar crecer y ser muy exigente conmigo misma; vivo la vida bajo la premisa de que “no existe el éxito sin excelencia” y en esa búsqueda constante me he conectado con la fuerza interior, con ese carácter ganador que promuevo y que ha sido el valor que me ha permitido sobrellevar muchas dificultades.
Justamente a raíz de una de esas grandes dificultades, una quiebra económica me llevó a deshojarme hasta tal punto que sólo quedó un corazón frágil y vulnerable, pero un espíritu inquebrantable que no estaba dispuesto a detenerse, hizo que por ley de la causalidad, llegara a mi vida un mentor.
Y este blog hoy está dedicado a él, pero además, está dedicado a ti, mi querida lectora, porque para la mayoría de las personas, tener un mentor es algo que desafortunadamente se considera innecesario, y la razón de ello se la atribuyo a tres cosas principalmente: primero, a que nos consideramos producto terminado por lo cual sabemos y somos tanto que no necesitamos a nadie que nos tome de la mano para impulsarnos, lo segundo, que nos acostumbramos demasiado a nuestra zona de confort, y nos resguardamos en el incómodo “yo soy así”, y lo tercero, que por lo general no tenemos la información correcta en muchos aspectos de la vida porque vivimos en medio de la marea de lo que “todos hacen”, y al no tener esa información, es como si tuviéramos un velo que nubla nuestra vista, y que nos produce una ceguera mental propia de una vida llena de distracciones, pero escasa de determinación y de sueños extraordinarios.